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shadows of my name — v. gretel
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shadows of my name — v. gretel
Eran eclipsadas las sílabas del educador, la atención de toda la clase se fijaba en el puente visual entre el mayor y el muy cómodamente sentado alemán, quien ni siquiera pestañeó a la hora de expresar su desacuerdo con las ideas puntualizadas sobre la pizarra, la carga de sarcasmo en sus palabras y la burla picoteando (ganándose las risas de sus pares) fue la cereza del postre, de inmediato el silencio reinó en las paredes, todo por un grave grito "¡Salga ahora mismo de esta clase, Veldeke!". Y así, la sonrisa comenzó a deformarse, era quizá la carencia de costumbre a las ordenes directas, jamás cumplidas, jamás recibidas, jamás respetadas, apretó con fuerza la mandíbula y, con delicadeza, su metro noventa de altura se puso de pie-- Bien. Ya tenía ganas de fumar. --susurró, las palabras sólo aterrizaron en los oídos del mayor, impaciente y deseoso de mantener el equilibrio de su figura. Dio un portazo, se colgó la mochila en el hombro izquierdo, y comenzó a mover los pies, ausentes de dirección u objetivo nítido. Terminó metiendo las manos en la calidez de los bolsillos de su chaqueta negruzca, de alto costo e imposible de no salvar de la agrietada relación familiar, de ellos sólo podía sacar eso, aparatos y elementos más que superficiales, espectros como fantasmas incompletos y casi irreales, más deseados que verdaderos.
Los pulmones recibieron por costumbre la humorada tóxica de tabaco, nubes sin forma se difumaban en el aire, escapando de la puerta de sus secos labios, notó entonces que todos los humanos que se creían Mesías lo ponían nervioso, quizá era todo gracias (ah, qué sorpresa Theo echándole la culpa a su papá por problemáticas del presente) a su progenitor, quien se gana el trono de la confianza y soberbia imperial. Contempló entonces las ya heladas aguas de la fuente, desde lejos y con la mirada vagando por el espacio, las afueras de los edificios parecían hospedaje de fantasmas, se trataba de horario de clases, al menos en la mayoría de las facultades donde Theo tenía conocimiento de horario. No estaba siendo amante de la salida inesperada del templo del aprendizaje de su pasión educativa, la distracción y pasar tiempo sin hacer tiempo a nada venía de la mano con la quita del filtro de memorias o pensamientos, le daba acceso libre a la mente a despegar alas y dejarse llevar por paranoias. Sabía que cerca del almuerzo debía sacar la magia en forma de píldoras, cayendo otra vez en las salidas más fáciles, el Lamictal y el Prozac eran paraísos incendiados, contradictorios pero efectivos, y, en el último tiempo, eso era todo lo que deseaba Theo; efectos. Decidió sin dudar que la dulce hora del almuerzo sería llevada a cabo en el dormitorio y en su encierro tan peculiar, que tomaría algo rápido para llenarse y gestionaría la función normal de su humor y de su psiquis tan delicada, a veces extrañaba las charlas con los especialistas, engañarlos y ser subestimado, tragarse las ganas de corregirlos y la asquerosa comida (sí, repulsiva pese a ser paciente de una de las clínicas más exclusivas de su querida Alemania).
Alucinaciones, eso debía ser, era imposible de cualquier tipo de manera que aquella figura vuelva a su presente y a su realidad, que aquel perfil tan único tome de nuevo espacio en su rutina, que los fragmentos de memorias descolocadas y adormiladas por consumismos variados tome forme sin pensarlo ni dudarlo. La gran cuestión era moverse o no, seguir la fuerza magnética de su curiosidad para descartar dudas o comenzar a acostumbrarse a saber que ella formaba parte otra vez del vicioso circulo de su existencia, realizar más foco en el único color del panorama era casi doloroso, tajante, había sido un gran cerco con ella, una bestia, lo que menos se merecía o debía tener, lo más enfermizo, y jamás logró florecer un sentimiento diferente (quizá lo hubiese hecho de no ser por la venda de la adicción, pero nunca podría descifrarlo), y por esas mismas razones no se permitía sentimentalismos con ella ni con su imagen tan fantasmagórica (aunque real), sí se permitía de manera imposible e inalcanzable la entrada libre de los remolinos de recuerdos de aquel pasado que a veces anhelaba y extrañaba, el más destructivo. Habló, antes se aclaró su garganta, buscando su atención, viendo su espalda, la cercanía de sus cuerpos le permitía ser escuchado pese a ser portador de un seco y ronco timbre— Fantasmas rubios me están persiguiendo, ¿debería salir corriendo saludarlos?
Los pulmones recibieron por costumbre la humorada tóxica de tabaco, nubes sin forma se difumaban en el aire, escapando de la puerta de sus secos labios, notó entonces que todos los humanos que se creían Mesías lo ponían nervioso, quizá era todo gracias (ah, qué sorpresa Theo echándole la culpa a su papá por problemáticas del presente) a su progenitor, quien se gana el trono de la confianza y soberbia imperial. Contempló entonces las ya heladas aguas de la fuente, desde lejos y con la mirada vagando por el espacio, las afueras de los edificios parecían hospedaje de fantasmas, se trataba de horario de clases, al menos en la mayoría de las facultades donde Theo tenía conocimiento de horario. No estaba siendo amante de la salida inesperada del templo del aprendizaje de su pasión educativa, la distracción y pasar tiempo sin hacer tiempo a nada venía de la mano con la quita del filtro de memorias o pensamientos, le daba acceso libre a la mente a despegar alas y dejarse llevar por paranoias. Sabía que cerca del almuerzo debía sacar la magia en forma de píldoras, cayendo otra vez en las salidas más fáciles, el Lamictal y el Prozac eran paraísos incendiados, contradictorios pero efectivos, y, en el último tiempo, eso era todo lo que deseaba Theo; efectos. Decidió sin dudar que la dulce hora del almuerzo sería llevada a cabo en el dormitorio y en su encierro tan peculiar, que tomaría algo rápido para llenarse y gestionaría la función normal de su humor y de su psiquis tan delicada, a veces extrañaba las charlas con los especialistas, engañarlos y ser subestimado, tragarse las ganas de corregirlos y la asquerosa comida (sí, repulsiva pese a ser paciente de una de las clínicas más exclusivas de su querida Alemania).
Alucinaciones, eso debía ser, era imposible de cualquier tipo de manera que aquella figura vuelva a su presente y a su realidad, que aquel perfil tan único tome de nuevo espacio en su rutina, que los fragmentos de memorias descolocadas y adormiladas por consumismos variados tome forme sin pensarlo ni dudarlo. La gran cuestión era moverse o no, seguir la fuerza magnética de su curiosidad para descartar dudas o comenzar a acostumbrarse a saber que ella formaba parte otra vez del vicioso circulo de su existencia, realizar más foco en el único color del panorama era casi doloroso, tajante, había sido un gran cerco con ella, una bestia, lo que menos se merecía o debía tener, lo más enfermizo, y jamás logró florecer un sentimiento diferente (quizá lo hubiese hecho de no ser por la venda de la adicción, pero nunca podría descifrarlo), y por esas mismas razones no se permitía sentimentalismos con ella ni con su imagen tan fantasmagórica (aunque real), sí se permitía de manera imposible e inalcanzable la entrada libre de los remolinos de recuerdos de aquel pasado que a veces anhelaba y extrañaba, el más destructivo. Habló, antes se aclaró su garganta, buscando su atención, viendo su espalda, la cercanía de sus cuerpos le permitía ser escuchado pese a ser portador de un seco y ronco timbre— Fantasmas rubios me están persiguiendo, ¿debería salir corriendo saludarlos?


Theo V. Veldeke- Mirfak » Member
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